Por: Jesús Obed López Rodríguez
Qué es el tiempo sino una mirada abstracta de la realidad que sirve para medir nuestra vida. Estamos profundamente contactados con él, no podemos separarnos de la idea de una existencia sin connotaciones temporales, lo más cercano que imaginamos a algo sin tiempo, es lo eterno, aquello que siempre va estar, y que no cambia. Pero no somos eso.
Estamos atrapados en una cárcel, que llamamos vida, rodeados por guardias, llamados sociedad y todos, en esa cárcel, se ocupan de vigilar que no nos escapemos de nuestras celdas con barrotes de tiempo.
Aun así los guardias también están atrapados, pero tienen la autoridad de decirnos qué hacer dentro de nuestra celda, incluso, ocasionalmente, corrompen sus funciones y dan más privilegios a los reos que tienen para sobornarlos. Pero ¿Qué hicimos para estar en esta prisión? La respuesta sencilla sería nada, y precisamente por eso, estamos aquí. Pero es complicado, en este caso, dejar de hacerlo.
Si le propongo dejar de mirar la hora por una semana, traería demasiados problemas, imagine que se despierte sin el sonido de una alarma, que llegue al trabajo cuando lo vea oportuno, que tome una clase sin percatarse de su duración, etc… Probablemente se vuelva loco.
En un sentido práctico, estamos sujetos al tiempo. Dependemos tanto de él, y le tenemos tanto respeto, que en su honor hemos construido monumentos en distintas partes del mundo.
“El reloj monumental” de Pabellón de Arteaga, por ejemplo, refleja esto: cuatro relojes enaltecidos, cada uno mirando a los puntos cardinales, recordando cada tres horas, a cada rincón del lugar, y a modo de melodías (como si se estuviera burlando), que se roba nuestro tiempo y lo hace mientras nos avisa. Sabiendo esto, todos los habitantes lo reconocen como un sello de identidad.
El tiempo no depende de nosotros. Nosotros dependemos del tiempo. Si fuera por nuestra voluntad jamás volveríamos a decir, a modo de excusa, “no tengo tiempo”. Y si comparamos esa famosa frase con “el tiempo no me tiene a mí” notamos que hay algo mal, incluso suena arrogante y no sabemos por qué, sencillamente aprendimos que somos presos de él.
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