Por: Obed Rodríguez
La cultura, en Pabellón, se manifiesta de una manera que interna la historia como punto focal, no como historicismo, puesto que no se conciben valores precisos y exactos, si no como una simple narrativa que pretende dialogar entre particulares “otros”.
Bajo el distintivo existencialista, que Sartre narra en 1945, Pabellón de Arteaga pierde parte fundamental de su identidad. Parece ser que este lugar, a pesar de ser único desde su fundación, no ha logrado reconciliar el idioma entre el pasado y futuro, y navega entre el desconcierto de una identidad arrojada que, el mismo pabellonense, rechaza.
¿Cómo identificar, cómo saber de dónde viene la identidad en Pabellón? Aquí chocan ideas como la de Víctor M. Solís Medina que dice: “El concepto de identidad Pabellonense lo construyen sus propias gentes con el reconocimiento simbólico de nuestros orígenes y con la convivencia armónica y tolerante de los migrantes de tantos estados que han formado mi pabellón” con la que considero es más acertada: “La identidad pabellonense se construye a partir del desfondo histórico del municipio, pues parte de la nada, sin embargo el desapego de identidad clásica es, digamos, compensado por la identidad proyectada: El reconocimiento simbólico de los orígenes, queda obsoleto, sin embargo el reconocimiento de lo que podríamos llevar acabo, a partir de la expectativa, nos genera el verdadero sentido de pertenencia”. Esta definición, basa el sentido de su presencia en la investigación hecha por Guillermo Sunkel donde identifica la pérdida identitaria de lo clásico, lo político, y lo religioso en los jóvenes.
Es válido preguntar las cuestiones que encierran al Pabellón de Arteaga dentro de su “identidad fantasma”.
El estudio cultural, social, e identitario, visto desde la perspectiva filosófica, provocará la perspectiva panorámica de, lo que yo llamo, “el otro Pabellón”.
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