Por: Jesús Obed López Rodríguez
La creación de políticas públicas culturales, pueden perjudicar a la población si los que las crean no tienen la mínima idea de qué es cultura, pues si su concepto está alejado de una visión antropológica o carece de reflexión crítica, solo lograrán separar a la población de aquellos que creen que “pertenecen a la cultura” y los que piensan que no. En un escenario ideal, aquellas personas que gestionan las políticas públicas deberían estar informadas de las constantes transformaciones del concepto de cultura; sin embargo, se sigue creyendo que ésta solo le pertenece al arte.
No cabe duda que el arte forma parte de la cultura, y que impulsar su creación y distribución es de bastante ayuda para los propios artistas y los que disfrutan de esta disciplina humana, pero no es el único elemento cultural del ser humano, puedo incluso afirmar que el hecho de ser humano, es ya una cuestión cultural.
Pero para dejar aún más en claro todo esto diré que en un primer sentido, podemos hacer alusión a la cultura como algo personal, propio de lo subjetivo, como si fuera propiedad de la perspectiva y emanara de ésta; tenemos pues una relación entre personalidad y cultura. En otro sentido podemos fijarnos en ella como transpersonal y objetiva, colocada por un “espíritu” objetivo de la naturaleza. Miguel Reale (jurista, filósofo, académico y político brasileño) apuesta, en este caso, por una combinación entre estos sentidos, dando dirección homogénea al sendero del individuo. Propone que los bienes culturales, que son aquellos que condicionan el “hacer” sucesivo de la sociedad, adquieren una objetividad relativa de los valores, en base a una inercia de la historia. Por tanto el hombre se condiciona por datos naturales, y por su espíritu subjetivo. El hecho de pertenecer a la naturaleza para, posteriormente, hacer algo diferente a ella, es precisamente a lo que hace a la cultura. Pero el hecho de separarlas genera disgusto en los académicos, pues, como sabemos es imposible hacer una total separación.
Pero vayamos más atrás: Podemos situar al término “cultura” en la Roma antigua como una traducción a la palabra griega paideia que se define como “crianza de los niños” este es uno de los primeros puntos a destacar, pues esta mirada da ya a entender que el concepto de cultura se comienza a involucrarse con tradiciones y costumbres que caen con dirección en la crianza, en este caso, de los niños.
Podemos darnos cuenta que el concepto toma un rumbo ligeramente distinto en nuestros tiempos; se apunta a que su origen provenga más bien del concepto “cultivo”. Me refiero al cultivo de la humanitas que es aquello que nos distingue de las demás especies. Primeramente la humanitas se concibe como la relación entre las comunidades grecorromanas y los dioses, posteriormente como la manifestación de las artes, las costumbres y la sabiduría y por último la noción del “espíritu”.
La sociedad moderna ha adoptado esta definición no dándola como absoluta, pero tomándola como referente.
Tener por lo menos una noción establecida de lo que se refiere este término nos da la posibilidad de ampliar nuestro panorama ante distintas situaciones. Hablo, por ejemplo, de que todo aquello que es transformado de la naturaleza a través de la libertad del individuo, es cultura. Sin excluir a ninguna persona. Todos somos cultura.
Por eso me parece importante reflexionar sobre la creación de políticas públicas que tengan la palabra cultura. Analicemos si realmente se apegan a un concepto antropológico o a uno aislado.
Bibliografía:
Echeverría, B. & FONDO DE CUL ECONOMICA (MEX). (2010). Definición De La Cultura (1.a ed.). Fondo de Cultura Económica.
Sobrevilla, D. (2015). Filosofía De La Cultura Vol.15. TROTTA.
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