Por: Jesús Obed López Rodríguez
¿A usted le gustaría ser famoso? ¿Le agrada la idea de ser idolatrado por las grandes masas? ¿Ha soñado con una enorme cantidad de seguidores en sus redes sociales? Lo más seguro es que sí, más aún en nuestros días donde cada segundo de atención es una posibilidad de ser famoso. Aunque esto, probablemente, nunca suceda.
Hoy en día estamos rodeados de imágenes que nos describen de una mejor manera cómo se siente una persona. Ya no es necesario redactar una opinión que refleje sarcasmo ante una situación, basta con subir un “meme” sacar aire por la nariz y describirlo con un “jaja es cierto”.
Estamos en una época donde las imágenes traducen lo que pensamos, incluso mejor que las propias palabras. Esto deja un vacío enorme en cuestiones argumentativas y fomenta las opiniones imparciales, pero lo hacemos por tener ese “algo” común con personas que probablemente no conocemos, es más, soñamos con ser aquellos referentes: Subir una foto y que la imiten, hacer un meme, que lo aprueben y que lo compartan. Hacemos mucho por atención. Queremos ser famosos.
Puedo decir que fui víctima de este sueño. Con la accesibilidad que hay a la participación en redes sociales y con lo sencillo que es hacernos notar con una foto o reflexionando sobre un tema, la fama se nos ha vendido como algo que nos puede llegar de la noche a la mañana. La fama, ahora, es una idea que se vende mucho, a pesar de costar muy cara.
¿Cuántas personas de su localidad son famosas? Seguramente muy pocas, incluso dudará de su fama, y lo confunda con su popularidad o reputación.
Hacer una imagen que traicione a nuestra identidad es, practicante, el primer paso a la fama. No hay razón para sacrificar nuestra dignidad, y las razones que se nos promete (dinero, reconocimiento, reputación, influencia, voz y peso en la sociedad) se pueden lograr sin traicionarnos.
La fama tiene una dirección a la clase alta y a los círculos de la “cultura superior” (concepto por de más alejado de la realidad) y el constante esfuerzo a pertenecer a esos grupos nos sumerge a una sociedad podrida, prácticamente sin valores. Recomiendo mantener una postura crítica cada que tratemos de hacer algo para recibir atención y examinar si vale o no la pena tenerla. La atención está sobrevalorada. La autenticidad está infravalorada.
Aspiremos a algo mucho más sano, aunque poco a poco se transforma en algo más difícil. Los invito a ser uno mismo, aunque implica sus riesgos.
Con esto, yo no quiero ser famoso. No me importa, prefiero que por mí mismo sea “alguien”.
Yo necesito de la aprobación de miles de personas para saber que existo o que soy importante. Lo único que necesito es pensar o sentir por mi cuneta.
Aunque aún sigo teniendo la misma duda con la que comencé esto. ¿A ti te gustaría ser famoso?
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