Por: Laura Almeciga Avellaneda
¿Cuántas veces hemos juzgado a los demás a primera vista simplemente porque no encajan con nuestros ideales? pues creo que muchas, o por lo menos en mi caso yo si lo he hecho e incluso tengo la certeza de que en otros he sido yo a quien juzgan. Sin embargo, aunque considero que este es un comportamiento natural, solo hace poco tomé consciencia de ello y me lo cuestioné.
Todo comenzó la semana pasada cuando mi profesor de Estudios Críticos de la comunicación en América Latina, nos habló a mis compañeros y a mi a cerca de un concepto que me permitió deconstruirme. Su nombre es La Otredad, “una postura epistemológica que explora discursivamente la imagen de las culturas que hicieron su espacio en la periferia u otros espacios culturales intermedios. Establece un saber geo cultural, histórico, arqueológico, sociológico y etnológico sobre el otro, una metafísica donde la heterogeneidad y las diferencias se encuentran subsumidas en un lenguaje homogéneo integrados en categorías sustanciales como "pueblo", "clase" y "nación”. Pero, aunque suene como una utopía, a penas el profesor nos la explicó, debo confesar que pensé en todas esas veces que intenté imponerle a alguien mis gustos musicales solo porque creía eran lo único que “estaba bien o era bello”, o cuando juzgué a otras personas porque tenían creencias religiosas que iban en contra de mi idea sobre Dios a pesar de que no estaban haciendo ningún daño, e incluso últimamente lo he visto en la liberación femenina con el tema de la maternidad. Personalmente tengo claro que una de las luchas del feminismo consiste en que las mujeres decidamos sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas (Idea con la cual estoy de acuerdo).
Sin embargo, aunque desde hace muchos años, se ha juzgado despiadamente a quien no quiere Madre con preguntas como ¿tantos años y sin hijos?,¿y para cuándo el segundo hijo?,¿y quién te va a cuidar cuándo seas vieja? etc. Actualmente, he visto que cambiamos de un extremo al otro juzgando a quien si quiere serlo (Madre) ,cayendo en las trampas del patriarcado porque nos volvemos enemigas las unas de las otras, omitiendo el hermoso concepto de la sororidad y también el hecho de que “la opinión de una mujer que quiere ser madre y de la que no quiere serlo igual de valida la una de la otra” o por ejemplo cuando una persona homofóbica simplemente no se junta con una persona LGBT porque cree que “se volverá como ella” o pensamientos por ese estilo, perdiéndose la oportunidad de conocer otro espectro del mundo o una de las enseñas más grandes que puede tener a cerca de su vida y la “masculinidad frágil” a la que se ven sumergidos los hombres desde niños, sin la obligación de volverse como el otro, ¡por supuesto! O incluso sucede con la diferencia entre las personas del campo y la ciudad, generalmente para las personas del campo las palabras tienen mucho poder y ni siquiera es tan necesario lo escrito para ellos a la hora de hacer un negocio, por ejemplo, si le dices a un campesino que le comprarás una vaca al día siguiente, cuando llega ese día de seguro que te tendrá lista la vaca a la hora que le dijiste y dispuesto a que le pagues por ella.
No obstante, en la ciudad paso lo contrario, pues generalmente la palabra no tiene tanto poder a menos de que sea escrita por ejemplo, si nos vendieran esa misma vaca llegaríamos 10 minutos tarde, ponemos alguna excusa (porque la hora de llegada la prometimos con la palabra oral más no escrita)e incluso a la hora de recibir el dinero hacemos la persona que nos vendió dicha vaca nos firme cuanto papel se nos cruce por el frente haciendo que nuestra palabra escrita, sea válida ,justificable y con estos ejemplos no quiero dar a entender que el uno sea mejor o peor que el otro, simplemente que cada uno tiene realidades completamente diferentes y solo entendiendo la del otro, se puede comprender la gran diversidad de la que está hecha el mundo y ¿por qué en vez de rechazar, juzgar o criticar la existencia del otro, no nos atrevemos a disfrutar de un momento con éste, que en muchos casos puede ser enriquecedor para nosotros? Incluso esta pregunta que acabe de hacer sirve para comprender las rupturas amorosas, porque incluso teniendo siempre en cuanta el concepto de la otredad aprendemos, como dice Julio Cortázar a “Querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”.
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