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UNA MÁS ES… ¿UNA MÁS?

Actualizado: 23 mar 2021

Por: Diana Patricia Jaramillo Peña


La mujer, incluso en esta primera mitad del siglo XXI, continúa siendo un objeto a los ojos de la mayoría de hombres, y de las mismas mujeres. Madres y abuelas han sido, y son, promotoras de los comportamientos que llevan a los feminicidios cuando en el proceso de crianza y afirmación de valores aprueban el trato que demerita a la persona (mujer), el cual incluye a las féminas con lazos de consanguinidad. Así las cosas, en los lugares donde los machos se mueven: hogar, centros de formación, trabajo y espacios de interacción diferentes a estos, tienen por derecho la facultad para agredir física y psicológicamente sin que ello conlleve un reproche o una sanción ejemplar, porque desde el núcleo familiar se han naturalizado los gritos, las malas palabras y los comportamientos denigrantes.

Madres y abuelas, con contadas excepciones, afirman: es que ellos son así, es que usted lo conoció así. Las abuelas se sienten orgullosas de que sus nietos cambien de pareja como cambian de calzoncillos, sin tener en cuenta los sentimientos y proyectos de vida de la persona con la que llega a compartir la vida. Pero esto está bien visto en nuestra sociedad patriarcal y exageradamente machista. Ser “macho” es sinónimo de haber montado muchas hembras. Por otro lado, difícilmente una nuera puede encajar bien, pues debe reunir una serie de requisitos donde resulte ser un clon de la madre de su pareja; que sea sumisa, que no piense por sí misma, que se quiera muy poco, que soporte todo y que naturalice, como lo ha hecho ella (la suegra), todo tipo de vejámenes. De este modo, son muchos los hogares disfuncionales que aparentan ser lo que no existe, ya que se han acostumbrado a disimular la violencia.

El lenguaje al interior de los hogares, por lo general, es excluyente para la mujer. De allí se traslada a los demás espacios que regulan la vida de la sociedad donde se presentan los mismos fenómenos comportamentales. En el campo laboral es más fácil que elijan para un cargo a un hombre, ya que no se embaraza, ni tiene que ir a reuniones en la escuela, ni presenta dolores como la cistitis, que son peores que un parto. Las mismas mujeres promueven este estado de cosas. Entonces cuando se presentan feminicidios algunos sectores se escandalizan y se preguntan el por qué, cuando entre todos hemos abonado el terreno para este tipo de eventos desdeñables. La mamá permite al baroncito de la casa desde muy niño someter a la hermana, a la compañera de la escuela, y más adelante el mundo le permite someter a la compañera de trabajo, a su compañera permanente y hay una aprobación casi unánime de los comportamientos agresivos solo porque se trata del niño, y al niño le han sido otorgados todos los derechos.

Así que cuando una mujer comparte las experiencias de maltrato y abuso dentro de la propia familia o con la familia del cónyuge, novio o compañero, la primera reacciones: está exagerando, todos los hombres son así, o no prestan atención porque les parece repetitivo, ya se han acostumbrado a verlos y escucharlos pelear (naturalización). Con contadas excepciones la familia no tiene información del trato real entre las partes, pues las mujeres tenemos la tendencia a ser comunicativas con nuestras madres, suegras y amigas. El asunto es que se ha naturalizado tanto el maltrato a lo largo de los siglos, que las mismas mujeres lo han entronizado, lo han hecho suyo a través de la idea de poner la otra mejilla, perdonar al hermano hasta setenta veces siete, la mujer sabia edifica el hogar, etc, ideas que al no ser bien entendidas se han vuelto en contra suya para someterla, y la han puesto en un estado de desigualdad e indefensión con respecto a los hombres, por no tener claridad hasta qué punto son permisibles las ofensas; también por física necesidad ya que alguien debe cuidar de los hijos, y en la actualidad, a causa de la pandemia, responsabilizarse por la educación desde casa. Situación que somete aún más, especialmente en los primeros estratos de la escala social, donde es difícil delegar a terceros dicha responsabilidad.


En algunos hogares cuando algún miembro femenino se plantea la separación y la comunican a su madre o hermanas, ellas mismas le reprochan su queja, le dicen que se queja de nada, que intente por el lado del sexo, que haga mucha oración, o que lo importante es tener comida en la alacena. Pero sencillamente el que es agresivo lo es, difícilmente cambia, a no ser que se exponga a pruebas muy difíciles que le obliguen a ser mejor persona. Lo cierto es que a diario mujeres de todas las edades son despedidas de este mundo porque alguien que se considera propietario, superior, decide terminar con sus vidas. Más allá de que los sujetos padezcan desórdenes mentales, ha sido la mezcla de formación en la familia y nuestra cultura flexible para el macho y recia para la hembra, la que permite estos excesos.

Las propias instituciones sociales participan de este estado de cosas. Cuando una esposa se acerca a una cooperativa para conocer el estado financiero de su pareja, le niegan rotundamente la información, solo puede hacerlo a través de demanda. Cuidan con sigilo los desmanes de los hombres que llegan a tener hasta cuatro parejas sentimentales al tiempo, situación que se conoce cuando el individuo muere y deben tramitar los bienes, entre otros ejemplos. Además, hay un lenguaje casi generalizado, un decálogo que los hombres en su mayoría emplean a diario, para ejercer poder y control sobre la mujer, a saber:

1. Es que las mujeres son unas brutas, todas conducen mal. 2. Usted solo dice tonterías, es que no piensa. 3. Usted tiene la culpa (si el perro se hizo en la casa, si el niño se enferma, si el carro se pincha, etc). 4. Es que es un cristal que se rompe con mirarlo. 5. Usted todo lo hace mal. 6. Es que yo soy así, usted me conoció así y no voy a cambiar.

7. Usted no puede vivir sin mí, el único que se la aguanta soy yo.

8. Usted está loca.

9. Que mamera de vieja.

10. Que fastidio.


Así las cosas, los feminicidios son consecuencia de naturalizar diversas formas de comportamiento inaceptables desde la casa, con el ejemplo de los padres de familia; uno que maltrata que casi siempre es el hombre, y otro que lo permite y se queda inmóvil al respecto, que casi siempre es la mujer, o guardando silencio respecto a los abusos. Luego nos preguntamos el porqué de tanta violencia, el porqué de los feminicidios...


 

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