Por: Mariana Cardona
Frente al espejo logramos ver una silueta poco simpática, parece más bien un caparazón a punto de romperse del cual sobresalen pedacitos de cinta que tratan de cubrir una que otra grieta, de ellas riega un líquido rojo que resalta sobre nuestro color opaco, desgastado y gris. El espejo refleja la obra de arte (un tanto vieja y descuidada) de las artistas que nos han acompañado por un largo, largo tiempo. Ellas se han encargado de construirnos, han creado nuestra historia y han formado nuestro cuerpo a lo que somos ahora. Permítanme presentárselas:
La primera de ellas es la indiferencia, quien ha creado más cómplices que víctimas, es responsable de color grisáceo, últimamente viejo y desgastado. De ella aprendimos que callar e ignorar es la opción más rápida para avanzar, después de todo, hay problemas que no requieren tanta importancia.
Luego sigue la apatía, quien siempre está de acuerdo con la indiferencia, dice que los grandes esfuerzos por cambiar pequeños problemas son inútiles. Ella se ha encargado de cubrir las grietas de nuestro cuerpo con pedazos de cinta, aunque constantemente sentimos como vuelven a abrir.
Continuamos con la indolencia, ella mantiene nuestro estado de ánimo, nunca se conmueve o se ve afectada por lo que pueda haber en nuestro interior. Ha sido ella quien ha limpiado el líquido rojo que brota de nosotros cada que una nueva grieta aparece, solo requiere un pequeño retoque y volveremos a quedar como siempre, según ella, como nuevos.
Por último, pero no menos importante, la ignorancia ha sido la encargada de contar nuestra historia, dice que tratar de entender todo lo que guardamos en nuestro interior es complicado y no tiene caso, al fin y al cabo, no hay nada que un pedacito de cinta no solucione. Ella es quien se encarga de reparar los daños que de pronto aparecen en nuestra silueta, no lo hace muy bien, siempre vuelven a aparecer.
Después de tanto tiempo, ¿qué ha resultado de esta obra de arte? Hemos construido un caparazón, uno lleno de grietas que busca ocultar su interior oscuro, dañado y algo desastroso, el mismo que nos da pena mostrar porque no lo hemos sabido reparar. Somos un caparazón que refleja las heridas de su interior, que siente su pena, pero solo busca ocultarla.
Sabemos que no son pocas, son cientos las grietas y daños en nuestro cuerpo, las podemos sentir y nos duelen. Después de tanto tiempo, se hizo normal ver líquido rojo pasear por nosotros y, aunque no sepamos con certeza qué es, sabemos que viene del interior, pero nos da miedo qué puede haber allí.
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