Por: Eliana Montoya
Bogotá se encuentra en un momento de construcción y renovación de cómo es vista ante los ojos de sus ciudadanos, cómo la ciudad busca ser parte del desarrollo y permitir el goce de sus espacios públicos, espacios que a lo largo de los años han sido apropiados por vendedores informales, que dan solución a problemáticas comunes en el país, como la falta de oportunidades y el difícil acceso a la educación.
Tal como lo indica el ministerio de trabajo, los vendedores informales se dedican voluntariamente al comercio en el espacio público como medio de subsistencia, y ante el estado los vendedores informales son una población que se encuentra en situación de vulnerabilidad y que claramente han optado por esta práctica como su forma de vida. Dentro de todo este proceso de renovación de los espacios públicos, olvidan que los más de 80.000 vendedores informales que hay en Bogotá, son más que una cifra ocupando un área determinada, las entidades que se encuentran intentando recuperar estas zonas no tienen en cuenta las carencias generales que posee esta población, por ende no tienen una oferta de alternativas dignas para mejorar la calidad de vida de cada vendedor y su núcleo familiar.
Si bien es indispensable una regulación del espacio público, también es necesario verificar de manera oportuna el estado social, económico y psicológico en el que se encuentran las y los vendedores informales de Bogotá, para encontrar la manera más acertada de integrar a esta población en la política pública y su rol como parte activa de la ciudadanía, reduciendo la informalidad, incidencia y conflictividad por el espacio público, además incentivando a participar en programas dirigidos en priorizar la dignidad humana.
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