Por: Hernando Andrés Guevara Peláez
Gracias a estos días de aislamiento, tuve tiempo de ver Cóndores No Entierran Todos Los Días, una joya cinematográfica colombiana que muestra ciertas dinámicas de la violencia política en Colombia, de como un buen hombre, a causa de la discriminación y rechazo por sus convicciones, termina convirtiéndose en un cruel asesino, haciendo énfasis en la que fue ejercida desde los Conservadores hacia los Liberales, mostrando en una medida mucho menor la persecución previa que sufrieron miles de Conservadores en todo el país tras el retorno al poder de los Liberales en 1930 con el Presidente Enrique Olaya Herrera, su nombre muy conocido por haber sido utilizado para bautizar con el algunas obras públicas, aunque olvidada la participación de su gobierno y partido en la nefasta violencia que en los años treinta hizo arder el campo colombiano.
La violencia política se origina, prácticamente, con la propia independencia y las constantes divisiones, que originaron guerras, entre las formas de organización estatal, sin embargo, no corresponde a mi exculpar a mis copartidarios de antaño y recargar la culpa total de estos lamentables sucesos históricos en un solo actor, la responsabilidad es compartida, y es precisamente a eso a donde voy.
Retomemos, en 1930 retorna el Partido Liberal al gobierno, ganan limpiamente las elecciones y Olaya Herrera asume la presidencia, con ello, se da una reestructuración de las policías provinciales que da como resultado uno de los detonantes de la violencia, se entregan las armas del Estado a fanáticos liberales, se crean las policías políticas. En las provincias conservadoras no cae bien la noticia, la descentralización era desconocida, todos los cargos correspondían al nivel central, desde Bogotá se ejercía el control de todo el país. Los Conservadores quisieron conservar su cuota burocrática en las entidades territoriales, la respuesta fue negativa y se le sumó el envio de militantes legitimados a través de la policía para contenerlos, aquí empieza todo a ponerse turbio.
El 29 de diciembre de 1930, a pocos meses de la llegada de los Liberales al poder, vísperas de fin de año, en Capitanejo, Santander, perteneciente a la conservadora provincia de García Rovira, decenas de campesinos conservadores inscribían sus cédulas en el entonces
censo electoral bipartidista para poder participar en las elecciones para diputados del 31 de febrero, un día normal de fin de año, excepto por un hecho que dejaría marcada a toda la zona del norte de Boyacá y sus límites con Santander por todo el resto del siglo, los campesinos Conservadores fueron asesinados por la Policía Liberal. Este hecho se replicó en Guaca, dentro de la misma provincia, la violencia en las veredas era incontrolable, nacieron las “chusmas”, grupos de conservadores armados que, sin éxito, se enfrentaban a los Liberales. En esta época nadie que se relacionara con el conservatismo pasó impune, la
violencia llegó hasta la iglesia, desde cuyos púlpitos se denunciaba la creciente violencia, Gabino Orduz Lamus, párroco de Molagavita, cayó mártir en esta absurda época de violencia.
Los asesinatos y masacres no pararon, y se acercaban cada vez más a la Capital, en donde no podían seguir siendo ignorados, en 1939 se dio la masacre de Gachetá, a escasos 100 kilómetros de Bogotá, para muchos el casus belli de la violencia partidista, duramente criticada por Laureano Gómez, a quien me referiré más adelante. Llegó 1946, la división del Partido Liberal encabezada por un ya célebre Jorge Eliecer Gaitán le dio la victoria al Partido Conservador con el presidente Mariano Ospina Pérez, cesó la horrible noche para miles de campesinos conservadores que habían caído durante la hegemonía Liberal de 16 años. Pero el plácido amanecer duró poco, los Conservadores ejercieron una brutal venganza, tan brutal, que nos dejó marcados en la historia como los victimarios. El gobierno de Ospina fue moderado y conciliador, pero el Estado, débil y precario, no pudo mantener la calma en el país, el 9 de abril de 1948, día trágico en nuestra historia, fue asesinado Jorge Eliecer Gaitán en Bogotá, durante el resto de mandado de Ospina, no había lugar hacia donde voltear la mirada en donde no se vieran los estragos de la violencia, el campo incendiado por los Conservadores más radicales, las ciudades destruidas por la turba iracunda, desastre total.
En 1950 vino el gobierno de Laureano Gómez, radical, que si bien no ejerció su mandato a causa de la enfermedad, hizo sentir su radicalismo, durante los tres años que duró su gobierno los Liberales fueron perseguidos cruelmente, algunos huyeron hacia los llanos y conformaron guerrillas, y aún más tétrico, ejerció violencia contra sus copartidarios, una historia recurrente, es la de campesinos huyendo en la provincia de oriente de Cundinamarca (conservadora), para evitar caer victimas de sus copartidarios que los veían “poco conservadores”.
El epilogo ya lo conocemos, Laureano Gómez es derrocado por el General conservador Gustavo Rojas Pinilla y logra, efectivamente, acabar con la violencia política, no obstante, esta ya se había arraigado en los colombianos, se acabó un ciclo violento y se abrieron muchos otros, de los cuales aún no logramos desprendernos.
Para cerrar, una curiosidad, el término “boletear”, tan usado en el argot coloquial de nuestros días, tiene su origen en estos terribles años en la siniestra practicar de enviar boletas públicas a militantes Liberales por parte de las milicias armadas conservadoras, en las que se exponía a la persona y se le fijaba un plazo para abandonar determinado lugar, es decir, al individuo se le “boleteaba”.
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