Por: Santiago Guevara Rodríguez
Añorando lo que perdimos ya hace algunos años, que con el calor que a nuestra mente traen las palabras de algunos de los personajes que más adelante mencionaré, es que se llena en dolor nuestro pecho que marcado por las lágrimas sólo dice ¡Ya basta!
Rafael Uribe Uribe, un hombre de escuálido aspecto y prominente bigote, batallador en armas, pero que al final de su vida predicó la paz como un norte que debía buscar la nación. Y fue tal vez éste el único estadista colombiano en proponer la alegría como un objetivo de gobierno.
“Somos un pueblo habituado a pelear con denuedo y a morir con gloria; pero que no ha aprendido a vivir con cordura y alegría. Ha llegado el momento de instruirse en el arte de conservarse. No anhelemos más la muerte; no contemplemos más la tristeza con favor particular; lancemos con pasión un grito de demanda del ser y del durar”
El 15 de octubre de 1914, dos humildes obreros, frente a las escalinatas del Capitolio Nacional se abalanzaron contra él, asestándole cada uno un hachazo en la cabeza, aun así, Uribe Uribe logró sobrevivir unos días más para morir finalmente el día 26 del mismo mes. Frente a múltiples amenazas el Gobierno decidió ponerle guardaespaldas, pero el general se negó. Todos sabían que lo iban a matar.
El 9 de abril de 1948, a pocas cuadras del primer crimen, fue víctima de tres disparos en la carrera séptima frente al Edificio Agustín Nieto, un hombre de rasgos indígenas, voz metálica y discurso telúrico, el líder popular Jorge Eliecer Gaitán. El prócer político murió desangrado en la Clínica Central, en la que al llegar no había nada que hacer. Gaitán tiene en la historia el crédito de haber renombrado al país, ya no entre liberales y conservadores, sino ahora, -el país nacional- el de los humildes, que crecieron educados con odio hacia sus adversarios y -el país político- el de las élites conservadoras y liberales que enmarcó como “Las oligarquías”. Y fue tan estremecedora la muerte de este símbolo popular que tras haber arrastrado y destruido las carnes del cuerpo del presunto asesino entre las heladas calles del centro de la ciudad, los gaitanistas armados con lo que tuvieron a la mano destruyeron gran parte de la capital que inundó en llamas los símbolos de un país que olvidó la democracia y se ciñó en la injusticia social. Todos sabían que lo iban a matar.
El domingo 11 de octubre de 1987, en la carretera La Mesa-Bogotá el candidato presidencial Jaime Pardo Leal, por la Unión Patriótica (UP), que se encontraba con su esposa y sus hijos, fue acribillado por un par de sicarios que acabaron con su vida. Para la época la UP fue un paso inimaginable en la apertura democrática del país, era la representación de nuevos aires políticos y la posibilidad de abrir espacios distintos a los ya tradicionales partidos nacionales. Pardo Leal, como pocos aguerridos, hizo frente a una verdad creciente, la mafia criminal estaba inmersa en el gobierno del Estado, pero esta valiosa verdad que pregonó con valiente voz fue la que lo llevó a su trágico destino junto a los más de 4.000 de sus partidarios. Pardo Leal fue la victima 471, murió en una camilla del hospital de La Mesa. Todos sabían que lo iban a matar.
El 18 de agosto de 1989, pasadas las ocho de la noche en la plaza central del municipio de Soacha, a punto de entonar uno de sus fervientes y tan esperados discursos, a tiros de ametralladora cayó tendido en la tarima el líder liberal Luis Carlos Galán Sarmiento, hombre de ojos azules y nariz aguileña, hombre que se dirigía a una segura elección presidencial. Con una contundente posición enfrentó a lo que él llamaría “el poder oscuro y criminal del narcotráfico”, no tuvo temor para señalar a los que durante años habían estado creando un vasto imperio de drogas, extorciones y asesinatos. Solo el poder purificador de la muerte nos dio la conciencia de la magnitud de la palabra y la obra de este hombre que le apostó a la redención del país que siempre ha parecido estar caminando al borde del abismo. Una muerte en la que se vieron involucrados desde el director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), entre muchos otros, incluido Alberto Santofimio un miembro de su mismo partido político. Una muerte nunca resuelta en investigaciones que han estado plagadas de encubrimientos y desviaciones.
En contra de todas las advertencias Galán caminó en las rutinas de su campaña con la conciencia de que iba directo a su inmolación, como si la muerte culminara con su compromiso con el país. Todos sabían que lo iban a matar.
El 26 de abril de 1990, en pleno vuelo, el exguerrillero desmovilizado del M-19 y en ese entonces candidato a la presidencia, Carlos Pizarro Leongómez, fue asesinado por un sicario que iba a bordo de la aeronave, su asesinato tuvo lugar a solo treinta y cuatro días del asesinato del también candidato presidencial Bernardo Jaramillo Ossa de la UP. Su poética forma de expresarse se vio plasmada en sus cortas alocuciones televisadas, en las que concluía:
“Ofrecemos algo elemental, simple y sencillo: que la vida no sea asesinada en primavera”.
Una escena inolvidable y que dejó para siempre en nuestras memorias esta fatídica muerte, fue la de un hombre destruido, que al enterarse de la noticia en medio de las lagrimas sacó su arma y empezó a disparar contra las puertas de urgencias del hospital. Todos sabían que lo iban a matar.
El 2 de noviembre de 1995, el Dr. Álvaro Gómez Hurtado, tras haber finalizado una de sus cátedras en la Universidad Sergio Arboleda (de la que es cofundador) fue abaleado, el político conservador fue llevado hasta la Clínica El Country, pero a pesar de los esfuerzos médicos, el hombre que desenmascaró esa niebla oscura que controlaba los hilos del poder, que llamó “El Régimen”, murió a las once de la mañana de ese mismo día. En 1991 Álvaro Gómez fue uno de los líderes de la Asamblea Nacional Constituyente en donde abandero su simbólico “Acuerdo sobre lo fundamental” con el que buscó la unificación nacional entorno a unos ejes comunes que debían ser atendidos sin distinción de ideales políticos. Su larga trayectoria y contundente, aunque tranquila forma de hablar sobre las injusticias, lo hizo un referente en la política nacional. Su asesinato al igual que todos los anteriores se vio nublado por desviaciones y encubrimientos. Todos sabían que lo iban matar.
Algunos años después, el viernes 13 de agosto de 1999, en el barrio Quinta Paredes, camino a una cadena radial, Jaime Garzón Forero fue ametrallado por dos sicarios que desaparecieron en una motocicleta de alto cilindraje. El dolor de esta partida dejó la ya desgarrada herida que hace muchos años la violencia ha ido abriendo punto por punto en la dolorosa historia de nuestro país más abierta y punzante. Ese día en el noticiero CM& el presentador Cesar Augusto Londoño, pronunció con notable impotencia y ahogada voz, su despedida:
“Y hasta aquí los deportes, país de mierda”.
Garzón con sus múltiples personajes protagonizó una crítica mordaz e incomoda para el establecimiento corrupto. La desfachatez con la que se dirigía a personajes de la élite política sin ningún reparo, lo puso de frente al pabellón de fusilamiento. Este extrovertido e irreverente humorista les recordó a los colombianos que nuestro país es una historia viva, de encuentro y desencuentro, con una realidad visible y mental, una suma de tiempos que van y vienen, un país que también sabía que lo iban a matar…
En memoria de Luis Carlos Galán Sarmiento y todos los mártires que han intentado hacer de Colombia un lugar mejor.
NOTA DEL DIRECTOR
Me encuentro sumamente agradecido con todas las personas que han hecho parte de este proyecto, con esta columna, De Voz A Voz completa sus primeras 50 publicaciones.
Agradezco de manera especial a Juliana Cortés Osorio y a Daniel Eduardo Cardozo, sin su ayuda nada de esto sería posible.
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