Por: Juliana Cortés Osorio
El escribir este texto lo tenía en mente desde que leí el libro el pasado noviembre, no lo había realizado, entre muchas cosas, por el hecho de no haber asimilado a plenitud todo lo que sus páginas transmitían, cosa que no ha cambiado, y sé que tardará mucho en completarse. Leerlo impacta y aterroriza a cualquiera, hace que por más bello que se te presente el día, te genere intranquilidad, miedo y rabia, ya que las palabras que lleguen a tu mente producen automáticamente imágenes donde se recrean las vivencias de sus protagonistas. Y es que lo que genera el terror, es el hecho de que son historias reales, no es ficción, son memorias de personas las cuales desearían no haber vivido o experimentado lo que allí se narra.
Es preciso que el lector comprenda que no es mi intención re victimizar a los protagonistas, sólo busco una manera de concientizar a las personas sobre lo que ocurre en todo el mundo. También, que se entienda que estas acciones generan traumas e inseguridades en quienes los viven, heridas muy difíciles de sanar, y en cuyo caso dejan una profunda cicatriz.
Ahora bien, el libro del cual hablo, es “Dejad que los niños vengan a mí” un trabajo periodístico elaborado por Juan Pablo Barrientos, en donde narra de la forma más respetuosa y clara posible los hechos de abuso sexual a menores de edad por parte de miembros de la Iglesia católica y cómo ha sido el manejo de estos casos tanto por las autoridades eclesiásticas, como por las civiles. Los casos presentados, en su mayoría se desarrollaron en el departamento de Antioquía, a excepción de uno, el cual se localizó en Bogotá.
Son varias las cosas que se deben resaltar de la obra, una de ellas, es que es un trabajo periodístico y por lo tanto merece la publicidad y permanencia que dicha naturaleza le genera. Por ello, bajo ningún motivo debería censurarse, y en caso tal de que alguien encuentre incoherencias o la configuración de un delito, lo invito de la manera más cordial a que realice una investigación profunda, como la que hace el autor. En nuestro país, debe respetarse la libertad de prensa, y cómo lo ha hecho constar la jurisprudencia, no solo debe respetarse sino garantizarse.
A nivel general, la mayor parte de los casos de abuso sexual en menores de edad son realizados por personas de confianza, no solo del responsable del menor, sino también del mismo infante. Es aquí donde se debe parar un momento y analizar con detalle la situación, los abusadores en estos casos se ganan la confianza del menor y aprovechan una posición de superioridad para acceder a ellos. En este punto es donde tiene relevancia el hecho de que el abusador sea miembro de la Iglesia católica; puesto que el cura, sacerdote, o la designación que tenga, no solo entabla una relación amistosa con la familia y con el menor por la empatía que pueda transmitirles, sino que se vale de la calidad de santo y de emisario espiritual para satisfacer por medio de la manipulación sus deseos sexuales.
El lector y en sí, las personas, deben entender que el abuso sexual no se reduce a la penetración, son muchas las acciones que son constitutivos de este acto. Es con base a esto, que los abusadores esconden o minimizan su actuar, puesto que no hablan de lo que realmente hacen con los términos adecuados, sino que lo exponen como “muestras de cariño”, mal interpretaciones o exageraciones por parte del abusado, haciendo que cada vez que ocurre (si llega a ser repetitivo) el abuso escale, y la afectación física y psicológica sea peor. La inocencia que conlleva la infancia, y en varios contextos la falta de educación sobre sexualidad desde temprana edad, hacen que este tipo de situaciones se generen con mayor facilidad y cantidad. Lo anterior, puede ocasionar que el abuso sea continuo y normalizado en estos contextos, y más en un país como Colombia donde la población en su mayoría es tradicionalmente católica. Aunque debería, no sorprende la normalización de estos hechos, tanto así que se ataca a la víctima en lugar de al victimario. En donde, por más que el sistema jurídico se jacta diciendo que es laico, en sus normas y la aplicación de las mismas dice lo contrario, permitiéndose, que por ser sacerdotes se les dé un tratamiento preferencial, y que en cumplimiento del concordato no se obligue a la autoridad eclesiástica a poner en conocimiento de la autoridad civil, quedando así impune el hecho.
Para terminar, debo decir que el libro debe difundirse, y hacer lo posible porque sea leído por todos, por las razones que expondré: Primero, por el hecho de que intentaron ponerle cuanto obstáculo pudieron para que no saliera a la luz. Segundo, permite que nos cuestionemos no acerca de la fe, sino de a quienes damos nuestra confianza y atención, puesto que creer, no significa no ver o no querer ver. Tercero, se genera la pregunta, si todos esos casos narrados sucedieron en unos pocos municipios de Antioquia, y las condiciones socio económicas que allí se describen pueden encontrarse creería que, en la mayoría del territorio nacional, cuántos casos como esos no habrán ocurrido, o están ocurriendo en este preciso momento. Y, por último, será que la política de cero tolerancia del Papa, es sólo un bonito eslogan para adquirir o conservar feligreses.
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