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CRÓNICA DE UNA PROFECÍA ANUNCIADA

Por: Juan Manuel Sánchez Mesa


(Parte I)


Hace mucho tiempo, cuando nuestros ancestros adoraban al sol y a la luna, a las orillas de la laguna de Guatavita nació una niña. Su nombre era Guatipán. Sería cacique y Zipa de gran parte de lo que conocemos como Colombia. El día de su nacimiento fue cortado su ombligo, fue lavada con aguas del río Amazonas, fue salada con sal y envuelta en fajas. Era una niña preciosa de ojos verdes, de piel negra y de pelo liso, sus rasgos fenotípicos eran diferentes a las demás niñas muiscas y se consideraba que la moldearon los mismos dioses. Desde muy pequeña fue entrenada en el arte de la orfebrería. Desde muy joven empezó a crear diferentes figuras de oro, entre esas los “tunjos”, pequeñas figuritas de oro que ella creó y esparció por ríos, lagos, cuevas y en la cima de las montañas del territorio colombiano; esto para que su pueblo fuera bendecido por los dioses.


Creció y se hizo grande, y llegó a ser muy hermosa; sus pechos se habían formado y su pelo había crecido. Llegó el día en el que sería posesionada como Zipa de los muiscas y Cacique de los Tayronas. En lo alto de la sierra nevada de Santa Marta fue su coronación, la vistieron de bordado y fue ataviada de adornos, pusieron brazaletes en sus brazos y un collar en su cuello, pusieron joyas en su nariz y zarcillos en sus orejas, y una hermosa diadema en su cabeza. Fue a la laguna de Guatavita, cubrieron su cuerpo de oro, se sumergió y salió limpia. Tuvo renombre entre todos los pueblos pre-hispanos a causa de su hermosura; porque era perfecta. Su gobierno fue justo en gran manera y su consejo fue siempre sabio.


Un día cuando ella se paseaba por las playas de la Guajira, divisó naves enormes. Se escondió y vio hombres que ella nunca había visto. Estos venían de un lugar llamado “España”. Al enterarse de que ella reinaba en ese territorio, propusieron un casamiento con uno de ellos para mantener las buenas relaciones entre los dos pueblos. Sus súbditos creían que eran dioses y la presionaron para que accediera a casarse con uno de ellos; pero ella viendo sus armas y sus armaduras, tuvo miedo de que algo malo le pasara a su pueblo. Así que accedió a casarse con un tal Gonzalo Jiménez. La alegría de su casamiento fue grande y el alboroto se extendió por toda la tierra. Entre danzas, música y chicha se hizo una gran celebración de 3 días.


Sucedió que al término de esta gran celebración cuando la pareja volvió al campamento español, ella fue traicionada. Jiménez la encerró en su casa y la humilló. Con violencia arrancó las joyas de su nariz y los zarcillos de sus orejas. Los brazaletes y la diadema que llevaba, los vendió a cambio de más licor y tabaco. Luego que termino con ella, fue dada a los esclavos para que se divirtieran (esclavos que habían traído de África). Sus hijos fueron de indígenas, españoles y africanos. Sin embargo, a todos los quiso con inmenso amor. Le dolía escuchar el sufrimiento de ellos, y cortando sus muñecas y sus piernas mostraba su sufrimiento en forma de sangre y les rogaba a los dioses que tuvieran piedad de sus hijos.


Una noche, mientras lloraba, un esclavo traído de “Biohó” la escuchó. Entre las grietas de la pared ella le contó su historia y cómo sentía el sufrimiento de sus hijos. Al esclavo lo llamaban “Benkos” y al oír la historia de Guatipán, alzó su voz y lloró. Entonces reunió a un grupo de cimarrones, los cuales al liberar a Guatipán emprendieron la huida a lo que hoy es San Basilio de Palenque. A pesar de los constantes ataques de los españoles, ellos resistieron. Guatipan no se quedó atrás y luchó sin descanso para liberar a sus hijos. Sin embargo, luego de hacer unos acuerdos de paz con los españoles, Benkos fue capturado. Guatipán fue a la ciudad para saber qué había ocurrido, pero lo único que vio de Benkos fue cuando lo bajaron de la horca y comenzaron a desmembrarlo.


Poco a poco España fue ganando territorio y silenciando todas las voces de libertad y colocando impuestos excesivos. Uno de sus hijos se rebeló contra el abuso español: José Antonio Galán. Estaba cansado de la imposición de los españoles. Cuando salió a reclutar gente en su revolución, Guatipán (ahora llamada Nueva Granada) lo despidió entre lágrimas color sangre, porque sabía lo que le esperaba a su hijo. Lo que volvió a saber de Galán, fue que su cabeza estaba en Guaduas, su mano derecha en la plaza del Socorro, la izquierda en villa San Gil y el pie derecho en Charalá.


Luego fue una de sus hijas; esta le prometió que algún día le regresaría sus joyas. "Manuelita", una mujer trabajadora, indignada por un nuevo edicto que ordenaba la subida de los impuestos, corrió al ayuntamiento de El Socorro y arrancó el papel donde ordenaba el aumento de tributos. El griterío fue enorme, Nueva Granada pensó por un segundo que, al fin en manos de su hija, obtendría la seguridad de que el resto de sus hijos estarían bien. Pasaron algunos días y un hombre del ejército realista, llegó a la puerta de Nueva Granada. Le abrió y vio que en sus manos se encontraba un paquete; ella pensó que se trataban de sus joyas. En cambio, era el vestido de su hija ensangrentado, perforado por un montón de balas.


Un rayo de esperanza aparece para nuestra Nueva Granada. Llegó el siglo XIX y con él un proyecto de independencia, pero para mala suerte de Nueva Granada, detrás del jolgorio y la fiesta, se escondía un negro y putrefacto futuro.


 

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