Por: Petrus13
La identidad del autor ha sido reservada por petición del mismo.
Como es de costumbre, nuestro sumo pontífice, representante principal del Vaticano y líder de los aproximadamente 1.329 millones de católicos a nivel mundial (Según el Annuarium Statisticum Ecclesiae) sale a su ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Regina Coeli y brindar a todos sus espectadores unas calurosas palabras de reflexión.
Casualmente su discurso durante la oración Mariana se refiere a esa hermosa frase de Jesucristo, quien la dirigió a sus apósteles aquella vez después de lavar los pies a los Doce: ¡Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado!
Entonces, ¿Cuál es la novedad de esta frase que Jesús confía a sus discípulos? ¡Fácil! La novedad esta en el Amor de Jesucristo, ese por el que dio su vida por nosotros, se trata del amor de Dios, universal, sin condiciones y sin límites, que encuentra su culmen en el prójimo.
Si Jesús nos amó primero, si Jesús nos amó a pesar de nuestras debilidades, nuestras limitaciones, nuestros ´´´´pecados´´´´, ¿Por qué la iglesia, la que sigue con fe y con rigor estos lineamientos y la que día a día habla del amor y aceptación, sigue desaprobando las diversas formas de una ideología de género? ¿Qué es lo que está sucediendo internamente? ¿Tendrá el actual pontífice la autoridad de moldear la doctrina y ser el pionero de un cambio total en ese pensamiento tan conservador? ¿Si la iglesia trascendió en cambios según el ritmo de los años desde su nacimiento hasta la actualidad, será que así mismo trascenderá el pensamiento de sus líderes? ¿Estaremos condenados a vivir una descalificación por nuestra forma de amar durante siglos?
Todas estas y muchas más son las preguntas que nacen al abordar estos temas. Son muchos los hombres y mujeres que comparten una ideología de género distinta a la que la tradición dicta, y aún son muchos más los que comparten esta forma de amar pero que también aman con pasión su iglesia y que algunos(as) desean consagrarse o convertirse en discípulos fieles que proclaman el evangelio y sirven a la humanidad desde una pastoral social.
Si hay sacerdotes que gustan de mujeres, pero su compromiso les exige mantener una castidad y entrega total a Dios y a su iglesia y si hay mujeres consagradas que gustan de hombres, pero también su forma de vida les exige esta misma entrega y compromiso, ¿Por qué no pueden existir hombres que gusten de hombres y mujeres que gusten de mujeres que también quieren hacer estos compromisos por su fe y compromiso con su iglesia y que se quieren consagrar?
Muchos necesitan una respuesta, muchos tal vez quieren saber más y entender más, muchos juzgan sin conocer. Es de vital importancia conocer ambas partes y entender si podemos ser pioneros de un cambio o simplemente sentarnos como espectadores y señalar lo que por muchos años se ha señalado. Con esta columna pretendo ser un Cronista, que desde su conocimiento y experiencia pueda responder a estas preguntas y las que se generen.
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